Oliver Sacks en su libro titulado Musicofilia nos cuenta que con el desarrollo de la producción de imágenes cerebrales en la década de los noventa, fue posible visualizar los cerebros de los músicos y compararlos con los de los no músicos. En 1995 se publicó un ensayo en el que mostraban que los cuerpos callosos, la gran comisura que conecta los dos hemisferios cerebrales, es más grande en los músicos profesionales, y que una parte del córtex auditivo, el plano temporal, posee un ensanchamiento asimétrico en los músicos que tienen tono absoluto. Mostraron además un volumen superior de materia gris en las zonas motoras, auditivas y visuoespaciales del córtex, así como en el cerebelo. A los anatomistas actuales les resultaría difícil identificar el cerebro de un artista visual, un escritor o un matemático, pero reconocerían el cerebro de un músico profesional sin un momento de vacilación.
¿Hasta qué punto, estas diferencias son un reflejo de la predisposición innata y hasta qué punto el efecto de un adiestramiento musical precoz? Naturalmente, los efectos de la preparación son muy grandes: los cambios anatómicos que observaron en los cerebros de los músicos estaban fuertemente relacionados con la edad a la que había comenzado el adiestramiento musical y con la intensidad de la práctica y el ensayo.
Está claro que existe una amplia variedad de talentos musicales, pero disponemos de muchos datos que apuntan a la existencia de una musicalidad innata prácticamente en cada uno. Lo que lo ha demostrado con más claridad ha sido el método Suzuki para enseñar a los niños a tocar el violín tan sólo de oído y mediante la imitación. Prácticamente todos los niños que no son sordos responden a dicho adiestramiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario