EL PAQUETE DE PAPEL DORADO
A la pequeña Elena le encantaba ir de compras con la abuela. Especialmente en los días anteriores a Navidad. Sobre todo porque la abuela era muy sensible a sus peticiones. Y así, cada vez que salía con la abuela, Elena volvía a casa con un bello regalo: un nuevo libro, un álbum para colorear, el huevo de chocolate con la sorpresa…
A Elena le hubiera gustado mucho jugar con los otros niños mientras la abuela hacía la compra en la pastelería o en la perfumería, pero todos los niños que encontraba tenían cara de pocos amigos y no demostraban ninguna gana de jugar. Además, la abuela terminaba en seguida de hacer la compra, porque en los comercios no había nadie de buen humor que se parase a intercambiar dos palabras, es decir, no había nadie que tuviese tiempo para una palabra cortés.
Haciendo el camino de vuelta, abuela y nieta callaban, agarradas de la mano, mientras despacito comenzaba a caer la nieve.
Ya en casa, la abuela se sentó en su poltrona favorita. La llamaba su laboratorio de pensamientos. Reflexionó un rato, después se levantó decidida y fue al cuarto trastero. Volvió poco después trayendo en la mano un magnífico paquete-regalo envuelto en papel dorado y atado con una cinta roja. Elena quería abrirlo para saber qué había dentro, pero la abuela le hizo comprender que el paquete era en realidad un secreto. A la mañana siguiente abuela y nieta salieron pronto de casa llevando el paquete reluciente por el papel dorado y la cinta roja. El primero con quien se encontraron fue Pascual, el huraño guardia con los mostachos retorcidos. Era un tipo que no inspiraba confianza a nadie y que vivía solo. La abuela se le acercó y le ofreció el paquete.
"¿Qué tengo que hacer con él?", preguntó Pascual sorprendido.
"Es para usted", dijo Elena.
El guardia estaba lleno de estupor. "¿Qué contiene?", preguntó.
"Amistad y felicidad", dijo la abuela, y le estrechó la mano.
"Abuela, ¿has visto qué contento estaba?", dijo Elena. "¿Volvemos a casa a preparar otros paquetes para regalarlos?".
La abuela movió la cabeza. "No, Elena”, explicó, “uno solo basta".
"Menos mal, también yo tengo amigos en el pueblo", pensó Pascual, y reemprendió el camino con más gallardía y el corazón más caliente. En el camino encontró a Sebastián, el obrero ecológico, que en último caso significa barrendero. Sebastián era tímido y los niños se reían de él. Cuando vio llegar al guardia, el barrendero se escondió detrás del carrito. Pero Pascual le ofreció el paquete diciendo: "Es para ti".
"Gracias", murmuró Sebastián, incrédulo y feliz. Así el guarda y el barrendero se hicieron amigos. Pero Sebastián no abrió el paquete. "Haré un regalo a Dolores", pensó. Dolores era una niña muy delgada con las trencitas rubias, la única que le decía siempre "Buenos días". Dolores estaba en la cama con gripe. Un poco azarado, Sebastián confió el regalo a la madre de Dolores, que le ofreció un café. Cuando Dolores tuvo el bellísimo regalo, súbitamente se sintió mejor.
Acarició el hermoso papel dorado y la cinta roja y pensó: "Debe de ser un regalo bellísimo. Lo enviaré a Susi para hacer las paces".
Susi era la mejor amiga de Dolores, pero habían discutido en la escuela hacía dos días y se habían llamado desde "antipática y mojigata" hasta "bruja". Cuando Susi tuvo el paquete, corrió a la casa de Dolores y la abrazó. Después las dos decidieron que un regalo tan bonito podía hacer feliz a la maestra, que desde hacía algún tiempo parecía muy triste.
A la maestra se le iluminaron los ojos cuando vio sobre la cátedra el paquete reluciente, y aquel día no se le hicieron pesadas las clases y se le pasaron las horas a cuál más radiante. Vuelta a casa, la maestra llevó el regalo a la señora Ambrosetti, que tenía a los hijos lejos y lloraba con mucha frecuencia. Tampoco la señora Ambrosetti se quedó con el regalo, sino que lo mandó a Lucianón, que era sensible y de buenos modales, pero que tenía el oficio de carnicero y por eso todos lo creían sin corazón.
Tampoco Lucianón retuvo el paquete, que así continuó pasando de mano en mano, y todos los que se lo intercambiaban se sonreían y se hablaban. Algunos días después, cuando Elena y la abuela volvieron a hacer las compras, se oían charloteos provenientes de los comercios, mientras los niños tenían ganas de jugar. Un hombre saludó a la abuela y le contó lo que había sucedido por aquí y por allá y cómo la gente desde hacía algún tiempo era más feliz gracias a un misterioso paquete. Mientras la abuela hurgaba en el bolso para sacar las llaves de la puerta de su piso, le vino al encuentro la señora Amalia, que vivía en el piso de abajo y que jamás le había dirigido la palabra.
"Quisiera desearle Feliz Navidad", dijo y le ofreció el bellísimo paquete con el papel dorado y la cinta roja. "Gracias", respondió la abuela sonriendo. "¿Por qué no viene de vez en cuando echar una parrafadita?". "Muy bien”, gritó Elena, cuando ya estuvieron solas en casa. "El paquete ha vuelto a nosotras. ¿Me dice ahora qué lleva dentro?".
"Nada de particular”, respondió la abuela. "Sólo un poco de amor”
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